Sobreviviendo al monzón en Hue: Si son cuatro gotas…
“Un día empezó a llover, y ya no paró durante 4 meses. Tuvimos todas las clases de lluvia: Una lluvia finita que pinchaba, una gorda y espesa, una lluvia que caía de lado y, hasta a veces, una lluvia que subía desde abajo. Hasta llovía de noche”. Así definió su estancia en Vietnam Forrest Gump, aquel personaje mucho más inteligente de lo que podía llegar a parecer. En tan solo unas horas en Vietnam pudimos comprobar que lo que decía, no solamente era cierto sino que pudiese ser que se quedase corto.
Estábamos en la ciudad vietnamita de Hue, situada en la zona centro del país. Las predicciones para aquel domingo 9 de diciembre no eran muy buenas, es más, las predicciones para los días anteriores no lo habían sido y las de los días siguientes tampoco lo eran. Lluvias, lluvias y más lluvias. No obstante, nosotros estábamos imbuidos de un optimismo que más tarde descubriríamos que rozaba la estupidez. Durante toda la mañana habíamos estado visitando la impresionante Ciudad Prohibida de Hue, la ciudadela que había servido de residencia del emperador de Vietnam. Este no es el momento para hablar de esta visita, únicamente adelantaré que es una visita impresionante, muy recomendable. Lo importante es que durante toda la mañana el tiempo había aguantado y no había caído más que una fina lluvia que apenas se podía notar. Casi nada para unos machotes como nosotros. El plan para la tarde era ir a visitar una pagoda y dos tumbas de diferentes emperadores vietnamitas situadas a las afueras de la ciudad. Para hacerlo, teníamos dos opciones; contratar un conductor que nos llevase y trajera al hotel o alquilar una motocicleta y hacer el recorrido por nuestra cuenta. El precio del primero era de 15 euros por persona mientras que el del segundo era de cuatro euros (¡¡CUATRO!!) en total. El “buen tiempo” de la mañana y el número cuatro escrito en mayúsculas y entre signos de exclamación probablemente ya habrá dado a los lectores una pista de qué opción elegimos.
Nacho, mi compañero curtido en más de mil batallas en las carreteras y sendas asiáticas, se puso a los mandos de aquella pequeña scooter de 125cc. La primera parte de nuestra ruta no pudo comenzar mejor. Podía decirse que incluso estábamos disfrutando del trayecto. Firmes sobre el terreno húmedo y logrando sortear el tradicional caos de las carreteras vietnamitas. En este país las normas de circulación se limitan a una máxima “haz lo que te dé la gana pero no mates a nadie”. Aunque la lluvia comenzaba a arreciar con más fuerza, logramos llegar a la primera pagoda (Pagoda of Celestyal Lady), una impresionante torre de siete pisos considerada el símbolo no oficial del país. Aunque una vez más, ese no es el tema. Al terminar nuestra visita, la lluvia caía con más fuerza, pero ya no había marcha atrás. Era todo o nada. Nos montamos en nuestra pequeña moto y nos preparamos para más de 17 kilómetros de carretera irregular. Para quienes no han visitado este país, dejadme que os comente cómo son sus carreteras… Imaginaos una carretera comarcal o secundaria de las nuestras, rodeada completamente de vegetación, con zonas de tierra y atravesada a menudo por pequeños riachuelos formados por la lluvia. A todo esto habría que añadir que camiones, coches y motocicletas te adelantan por todas partes y es habitual escuchar bocinazos a tu espalda cada 6 segundos puesto que aquí la bocina se utiliza simplemente para advertir.
Poco a poco, el agua fue calando nuestros pantalones y nuestras zapatillas… ¡nuestras únicas zapatillas! En ese momento comenzamos a comprender por qué cierto país perdió cierta guerra… Al final llegamos a la primera tumba de nuestro recorrido (Minh Mang Tomb). Aparcamos nuestra motocicleta y visitamos el mausoleo. Al volver decidimos hacer un parón para comer donde habíamos dejado la moto. Mientras comíamos nos dimos cuenta de que la lluvia no solo paraba si no que cada vez iba a más. No iba a parar y por delante teníamos un largo camino de carretera totalmente solitaria lejos de cualquier ciudad y rodeados de vegetación. PLANAZO.
El agua caía tan fuerte que apenas podíamos ver y nuestro impermeable no tardó en convertirse en permeable. El casco de Nacho tenía protector para los ojos, el mío era tan solo un poco más robusto que un casco de bicicleta por lo que apenas podía mantener la mirada puesta en la carretera más de un par de segundos. Además, el viento no hacía más que complicar las cosas. Nos gritábamos pero apenas nos oíamos. No me quiero imaginar las veces que mi compañero se arrepintió de no haber contratado a aquel conductor, yo desde luego que unas cuantas. Logramos llegar a la segunda y última tumba del recorrido (Khai Dinh Tomb), sin duda la que más nos gustó de todas. Una lástima no haber podido disfrutarla con un tiempo mejor…
Al salir, ya habíamos abandonado toda esperanza. Ya nos daba igual el calzado, lo dábamos por perdido. Estábamos seguros de que íbamos a morir… Pantalones, “impermeables” y camisetas estaban listas para escurrir (o quemar), las mochilas aguantaban a duras penas y lo mejor de todo es que todavía nos encontrábamos a medio camino de la civilización, concretamente a 25 minutos. Pero claro, ya que estábamos, ¿por qué no ir a visitar el mirador de Ho Thuy Tien…? Total, más no nos íbamos a mojar… INFERNAL camino de ida, prácticamente solos, sin poder ver por culpa del agua y Nacho aguantando como podía los golpes del viento. Por si fuera poco, el camino al mirador estaba cerrado y custodiado por un guardia. “50.000 dongs (1,50 euros) por pasar”, nos dice en un exitoso intento de estafarnos. Habíamos llegado hasta allí y no nos íbamos a detener por una simple estafilla local… Llegamos al mirador como pudimos, sorteando un grupo de vacas y arrastrando los pies por charcos donde el agua casi nos llegaba a los tobillos. Deberíamos haber llevado el equipo de snorkel… A esas alturas, las cámaras de fotos y los móviles ya estaban guardados en el compartimento de la moto, mojados aunque con salvación… esperábamos. El mirador del dragón era espectacular, lástima que en ese momento estuviera invadido por un grupo de jóvenes de dudosas intenciones (y no éramos nosotros).
La vuelta a Hue fue todavía más divertida. A todo lo anterior se le sumaron dos elementos más. El primero era la oscuridad. Claro, no podía faltar que se nos hiciera de noche a medio camino… El segundo y más importante es que ya no contábamos con los móviles para guiarnos. El móvil de Nacho apenas habría aguantado unos segundos debajo de toda esa lluvia y el mío… Bueno, digamos que por una serie de catastróficas desdichas mi móvil había dejado este mundo. Sin la ayuda de la tecnología, tan solo nos quedaba el recurso de preguntar. Preguntamos a un hombre mayor que nos indicó dos carreteras para llegar a la ciudad. Por supuesto, escogimos una equivocada y a los diez minutos tuvimos que dar la vuelta. ¡¡NO ÍBAMOS A LLEGAR NUNCA!!. Una vez en el camino correcto, tuvimos que hacer varias paradas en sitios cubiertos para consultar el GPS en el móvil. Cada vez la desesperación era mayor y ¡¡¡¡NO PARABA DE LLOVER!!!!!
Finalmente, después de tres paradas y varias correcciones de rumbo, logramos encontrar el camino correcto hasta nuestro hotel, donde nos recibieron con toallas. Estábamos calados hasta los huesos, con toda la ropa y buena parte de las mochilas chorreando, con temor por si nuestras cámaras de fotos y móviles (solo el de Nacho) habían pasado a mejor vida y, sobre todo, comprendiendo la gran idea que había sido viajar a Hue en época de monzón.