Misa gospel en San Francisco
Poder asistir a una misa gospel es una experiencia increíble e imposible de olvidar. Las hemos visto más de mil veces por la televisión, en series, películas y cine, pero nada se puede comparar con ver una en directo. Hoy os cuento cómo fue este momentazo para nosotros…
Si hablamos de gospel, concretamente de misa gospel, lo primero que se nos vendrá a la cabeza será un coro de mujeres y hombres de color, con algo de sobrepeso y elegantes túnicas dándolo todo mientras entonan el “Oh happy day”. Por supuesto, en esa imagen imaginaria no faltará la incombustible Whoopi Goldberg al frente del escenario. Pero, ¿en qué consiste realmente una misa gospel? Nosotros tuvimos la fortuna de poder asistir a una en San Francisco. Os cuento mi experiencia…
En primer lugar, creo que es importante aclarar que mi relación con la iglesia es de absoluta indiferencia. Quitando las ocasiones especiales (y obligatorias), la última vez que pise suelo sagrado voluntariamente fue… nunca. Con esto, lo que quiero decir es que la experiencia de asistir a una misa gospel no tienen que ver con tus creencias religiosas. Si tenéis la oportunidad, yo os recomiendo ir. Da igual que seas cristiano, musulmán, ateo o que reces a la iglesia pastafariana.
En San Francisco existen diferentes sitios donde poder asistir a este tipo de misas. Nosotros fuimos a Glide Memorial Church. Este era un lugar dedicado en gran parte a la beneficencia. Por la mañana, en la entrada había una larga cola de personas sin hogar. Allí repartían alimento y ropa. Cabe recordad que esta ciudad es la que mayor número de vagabundo tiene por sus calles. Más de siete mil tan solo en San Francisco (en toda España hay unos cuarenta mil).
¿Qué hace una batería en el altar?
Entramos en la capilla con algo de respeto. Al fin y al cabo éramos el elemento extraño en aquel lugar, y se nos notaba… os aseguro que se nos notaba. Nada más entrar hubo algo que nos llamó la atención. No fue que no hubiera ni un crucifijo en toda la sala, no. Lo primero que nos llamó la atención fue que, al principio del todo, en el altar, había una batería… ¡Una maldita batería en el altar! Aquello iba a ser muy diferente a lo que estábamos acostumbrados y en ese momento empezamos a darnos cuenta.
Junto a la batería, estaban el resto de instrumentos de la banda. Había un teclado, una guitarra y un instrumento de viento que no fui capaz de identificar (tengo nulos conocimientos musicales, lo siento…). Mientras los músicos hacían sus últimos arreglos los bancos de la iglesia se fueron llenando poco a poco. Fue increíble ver el buen ambiente que había entre la gente que iba entrando. Se saludaban entre abrazos y charlaban tranquilamente entre ellos. Parecían una auténtica familia, una comunidad de verdad. La gente se fue sentando y, por una de las puertas laterales, apareció el coro. Al contrario de lo que habíamos imaginado, no había ni rastro de las túnicas que tantas veces habíamos visto por televisión (tampoco de Whoopi Goldberg). En su lugar, iban completamente vestidos de blanco; camisa y pantalón. El único detalle de color eran unos pañuelos rosas que llevaban atados al cuello. Ni todos eran mujeres, ni negros, ni mucho menos con tallas grandes. Había gente de todo tipo.
¿Un cura con rastas?
Cuando el coro se hubo colocado en su tradicional formación escalonada, apareció el cura, pastor, padre o como queráis llamarlo. Ahí fue cuando vino otra sorpresa. Era un hombre joven, vestido con camisa y americana y rastas… ¡Un pastor con rastas! Llevaba consigo una sonrisa que no le cabía en la boca. Comenzó saludándonos en inglés, en árabe y en hebreo. Nos tomamos eso como una firme declaración de intenciones: daba igual de donde fueras; allí eras bienvenido.
Desde el principio nos avisó de que éramos libres para hacer lo que nos diera la gana. Podíamos cantar, bailar, gritar, saltar… lo que fuera. La misa fue una auténtica locura, una fiesta en la que todos estábamos invitados a participar. Las canciones del coro se iban alternando entre las palabras de aquel hombre con rastras. Algunos de los componentes del coro contaron experiencias propias de superación mientras el resto de asistentes lanzaban gritos de alegría y silbidos. Las canciones se acompañaban de movimiento y de palmas. Fue en ese momento donde descubrí mi ausencia total de la capacidad de seguir ningún ritmo con las palmas. ¡Ausencia TOTAL!
Otro de los momento más increíbles fue ese incómodo rato en el que hay que “darse la paz”. No se vosotros pero a mí me incomoda mucho esos fríos saludos con gente que no conozco de nada. Nuestra premisa era clara; “nos damos la mano entre nosotros y adiós muy buenas”. Pues de eso nada. De repente, empezamos a ver como todo el mundo se abrazaba. Pero no digo abrazos sin más, hablo de abrazos de verdad, cerrando los ojos y todo. De repente, la señora que teníamos detrás nos tocó la espalda y nos invitó a abrazarnos. Debo reconocer que eso nos pilló por sorpresa. No nos conocía, ni siquiera éramos de su país, ni de su continente. Aún así, ella y su familia nos dieron unos abrazos como si fuéramos algún tipo de primo lejano. Fue increíble.
Salimos de aquella iglesia con una sensación de felicidad extraña. “Cualquiera va ahora a una misa en España”, decíamos. Era cierto que no habíamos visto a Whoopi Goldberg, pero nuestra experiencia en aquella misa de gospel va a ser imposible de olvidar.